La vida es un continuo devenir de ciclos, inicio y fin de etapas, principios y finales, desde que somos bebés y dejamos el biberón por el vaso, hasta en la vida diaria que las circunstancias o nuestras decisiones nos separan de las personas con las que caminamos juntos mucho tiempo.
Es importante, imprescindible, en la vida como en la ortografía colocar los puntos finales en el lugar correcto dejarnos pues de ponerle puntos suspensivos a todo. Quedarnos siempre con lo esencial, la frase exacta que nos defina; los que se quedan justificados por razones, los que se quedan por querencias de corazón.
Como ocurre en muchas películas, al querer producir la secuela de una magnífica cinta sale algo si no malo, si inferior a la primera parte. Las historias bellas con principios, desarrollos y finales deben guardarse y colocarse en un lugar privilegiado de la vida.
Saber decir adiós como cuando se rubrica un documento importante, presionando el bolígrafo hasta dejar marcas en el papel, como la catarsis de libertad apasionada, como la confesión de un culpable, como se signa la autoría de hechos inarrepentibles. Como se recuerdan los orgasmos sucios, como se besa las primeras veces.
Por más que nos sintamos complejos, entes con capacidades casi infinitas, la realidad es que tenemos el corazón pequeño y no podremos amar ni soñar, ni crecer si estamos llenos de necesarios puntos finales que no ponemos, aún enfermos, aún añorantes, aún deseosos.
Y ya con el corazón barrido de adioses nos quedaremos solo con esos dulces y perniciosos puntos suspensivos, que a menos que ocurra un milagro morirán con nosotros. Esos caprichos, esos antojos, esa esperanza que nos define, ese motivo que nos requiere. Como ese verbo en inglés intraducible: "Hope".
No hay comentarios:
Publicar un comentario