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martes, 16 de julio de 2013

Proyecto Despedidas

Detuvo la carcajada, sostuvo la mirada y al precisarle el médico su diagnóstico terminal simplemente agradeció al galeno y salió de prisa sin olvidar su sombrero.

Buscó el parque más cercano, se sentó en la misma banca que un anciano, el viejo alimentaba las palomas concentrado, el joven miro al cielo, luego le dedicó pronunciando palabras con la mente un profundo discurso de agradecimiento al eterno. Por la vida, por los sueños, por permitirle recorrer tantos caminos a veces inciertos. Por regalarle la brusca oportunidad de despedirse de quien prefiera y el sabor en los labios de que cada día desde esa fecha sería un milagro.

Pasó un par de horas en esa banca planeando, discutiendo con sigo mismos sus últimos deseos, su forma de llevar el proceso, si avisaría o no, si lo haría a quién. Si no, como curarles pronto el duelo a quienes lo aprecian.

A ratos miraba las manos arrugadas de su compañero de banca, luego miraba las suyas, maduras pero con un perceptible dejo de juventud. Tenía 29 años.

Después de resolver muchas marañas mentales se levantó de súbito, esa sensación ansiosa de no perder más tiempo lo llevó a su coche. Manejó hasta su casa, entró y se dirigió hasta donde guardaba sus documentos, sacó la factura del auto y volvió a la calle, subió a su vehículo y manejó hasta un depósito donde ofreció su vehículo al gerente por dos terceras partes de lo indicado por el libro azul. Sin regatear aceptó, pasó a su secretaria la factura para que la enviara por fax a la concesionaria y ésta dictaminara su validez, mientras le pidió llenar un formulario con sus datos para preparar la transferencia en linea. Al menos algo útil tienes éstas maquinas, nos evitan visitar los bancos dijo el gerente.

Quince minutos tomó el trámite de validación y la transferencia solo tres, terminado entregó el comprobante y el joven aún sin nombre la tomó. Antes de dar la media vuelta el gerente le extendió su tarjeta, Por si el señor requiere nuevamente de nuestros servicios, la tomó por educación y salió con prisa.

Decidió caminar hasta su casa, caminó varias calles y en una esquina encontró un puesto de periódicos, especies en extinción en la ciudad y compró tres de los diarios de mayor circulación. Apretó el paso porque oscurecía, pero a veces por momentos se detenía absorto perdiendo la atención por un letrero, el anuncio luminoso de algún local o hasta mirando los escaparates de las tiendas. Un par de parroquianos que lo miraron desde la barra de un café lo presumieron recién llegado. Nada más equivocado, tenía siete años y medio en la urbe.

Al fin llegó a su casa, en su estomago un borborigmo le recordó la decena de horas sin probar alimento y más allá de la humana necesidad de comer buscó en el refrigerador algo que apaciguara los vergonzosos sonidos del intestino delgado. Luego de una cena frugal, destapó la botella de un brandy que veinte años pasó en un barril de roble. Escribió un par de cartas y duró hasta muy entrada la noche marcando con círculos algunos anuncios clasificados de los diarios. Muy entrada la noche apagó sus luces y se retiró a dormir.




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